
La ropa tendida siempre atrapa mi atención; la he utilizado en algunas ocasiones en la escritura.
Tiene algo mágico, como si las prendas contuvieran pedacitos de los humanos que las suelen habitar.
Hace poco, subí un reel a Instagram en el que convertía un tendedero en pentagrama, con las pinzas haciendo de notas, y a mi amiga Noemí Carrión (artista vocal) le gustó mucho; parece que no soy la única a la que le resulta sugerente.
Estábamos pasando unos días juntas y me puso varias de sus composiciones sonoras; con un looper hace diferentes voces y luego las integra y las combina con imágenes, creando poesías audiovisuales.
Debemos tener una sensibilidad parecida porque a mí se me pegan sus melodías, se instalan en mi cabeza durante semanas y me encuentro cantándolas en cualquier momento.
Nuestras risas se mezclaban con los sonidos de los pájaros al otro lado de la ventana; seguro que ellos disfrutaban de nuestra risa como nosotras de su canto; Noemí tiene una carcajada que es un auténtico trino.
Cuando escuché una de sus composiciones, le comenté que sonaba costumbrista.
—Como tu ropa tendida —dijo.
De pronto, su pieza de audio estaba irremisiblemente unida a la ropa tendida.
—Me gustaría que grabáramos imágenes del tendedero para esa melodía—añadió.
Miré alrededor; había amanecido un día con encefalograma plano y no se movía ni una brizna.
—Pues tendremos que irnos a buscar el viento.
Era un bonito propósito.
—Quiero colgar cosas variopintas, no solo ropa.
Es muy especial asistir a un proceso de creación.
Fuimos por la casa buscando lo que necesitaba; metimos en el coche el tendedero, ropa, pinzas, una cuerda y lo que ella consideró necesario.
Desde el momento en que se puso en modo creativo, tomó la dirección de la pieza y yo fui solo asistente y observadora.
Era como si la creación la hubiera poseído y le indicara exactamente lo que debía hacer.
Estábamos en la costa y yo sabía que el cabo de San Antonio, a unos pocos kilómetros, sería el lugar en el que más posibilidades teníamos de encontrarlo.
Compramos comida para hacer un picnic y recorrimos la carretera de curvas que subía hasta allí.
Mi intuición (o más bien mi experiencia) era acertada, soplaba un viento fuerte que trataba de llevarse nuestros bocadillos de sardinas por los aires.
Una vez cubiertas las necesidades fisiológicas, podíamos centrarnos en lo que quería grabar.
Paseamos por el entorno hasta que encontró el sitio adecuado: dos columnas al borde de un camino que no sé bien qué pintaban ahí, pero tenían unas notas musicales dibujadas entre ellas y parecían pedir música .
Noemí me indicaba que pusiera o quitara prendas y grababa diversas tomas.
No era mucha, pero la gente que pasaba nos miraba con curiosidad.
Disfrutamos mucho; crear es siempre un proceso emocionante que te lleva de la mano como si fueras solo el instrumento de no sé bien qué.
Aquí tienes el resultado:
Tender ya nunca será lo mismo.
Hay creaciones que transforman tu perspectiva para siempre, convirtiendo pequeños actos cotidianos en acciones nuevas y sublimes.
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